Cuando me preguntan qué hago, recuerdo la historia que cuenta Milton Erickson en su libro Mi voz irá contigo sobre un caballo que llegó a su casa un día de repente. Al no tener ninguna clara marca de identificación decidió montarlo. Después de andar unos kilómetros llegó a una casa y cuando vieron el caballo, sus dueños emocionados dijeron “¿cómo supiste que era nuestro?” Erickson respondió “yo no lo sabía, él lo sabía,” refiriéndose al caballo y agregó: “yo solo me aseguré de que se mantuviera en el camino.”

¿Qué pasaría si hacemos de esto una prioridad en nuestras vidas?

Asegurarnos de mantener nuestra alma en el camino con la confianza absoluta de que a pesar de que nosotros no tengamos una hoja de ruta consciente, ella conoce el camino para regresar a casa; a nuestra única e irrepetible esencia. 

A esta confianza no llegué de la noche a la mañana. Ha sido un recorrido en el que en lugar de aprender, desaprendí y en lugar de olvidar, recordé. He cuestionado absolutos, he recordado el impacto que tiene la naturaleza en mí, he encontrado inspiración en las medicinas y prácticas ancestrales, en los arquetipos de Jung, en la posibilidad de re-imaginar la psicología que propone Hillman, y en la exploración de los sueños como los grandes mensajeros del inconsciente.  

Hubo un momento en que se me explotó la burbujita llena de creencias limitantes que ya no eran capaces de sostener ni explicar una serie de eventos de mi vida. Fue entonces cuando comencé una exploración que aún no termina, en la que fui recogiendo los pedazos de mi rompecabezas y al volverlo a armar, me encontré con espacios vacíos listos para ser llenados.  

De ese proceso surgieron varias revelaciones. Quiero resaltar dos en particular: la primera es que después de haber sentido una tristeza tan profunda, una confusión que parecía que nunca se iba a aclarar y un desconsuelo tan intenso al ver que adelantaba un paso y retrocedía dos, nunca diré que todo está en la mente, nunca diré que la solución es fácil, ni tampoco que es cuestión simplemente de cambiar el canal. Por la naturaleza de mi proceso, siento que no pertenezco a la sección de autoayuda en la librería o a la de la Nueva Era que simplifica nuestra existencia en unos pocos pasos y asume que todos empezamos en el mismo lugar, cuando en realidad, el proceso comienza donde se está como individuo. La segunda fue que al ver cómo la tristeza iba encontrando consuelo y el camino se iba revelando, entendí que el dolor no solamente se puede transformar sino que es un gran maestro. 

Entendí que el dolor, lo que hay, lo que es, lo que preferimos ignorar y esos espacios que no queremos visitar, son la prima materia de la alquimia del alma. Quise ser una alquimista del alma. No encuentro otra palabra para describir lo que hago: acompañar a las personas en el proceso de destilar los misterios del alma en el que el cambio ocurre, pero no de acuerdo a un plan específico de una intervención. Se trata de decirle sí a la exploración y no a la estigmatización de la patología que busca diagnósticos y soluciones. La vida, lo cotidiano, las contradicciones, las desilusiones y los sueños son los recursos que alimentan el proceso

Con varios sellos en el pasaporte de visitas al inframundo terminé haciendo un cambio radical en mi carrera que, a pesar de ser un reto inmenso, lo sentía alineado con mi alma.

 

A los treinta y seis años de edad, una administradora de empresas con concentración en finanzas cerró su vida en Bogotá para mudarse a una ciudad totalmente nueva para ella y comenzar una maestría en psicología. ¡Qué curioso!, creo que todavía me parece algo tan impredecible que lo hablo en tercera persona como si fuera otra la loca que tomó esa decisión. 

 

Esa loca fui yo y es la decisión más “cuerda” que he tomado en mi vida. 

 

Comencé la maestría en psicología del Oriente y el Occidente en el California Institute of Integral Studies en San Francisco sabiendo que quería ayudar, pero sin saber por dónde empezar. Sin embargo y como era de imaginarse, el camino se fue revelando sólo al decirle sí a la vida y a mi intuición que me iba llevando. Conocí la práctica de SoulCollage® que permite, a través de las imágenes y de un proceso creativo, conectarnos con los mensajes de nuestra alma y comenzar un diálogo con las partes dentro de nosotros que desconocemos o intencionalmente ignoramos. Absolutamente fascinada con esta práctica y habiendo creado mi propio oráculo, me certifiqué como facilitadora de SoulCollage® y desde el 2016 la enseño y ofrezco el espacio para esta exploración.

 

En el 2017 mi universidad ofreció una clase sobre Justicia Restaurativa y Prácticas para la Paz. Sin saber qué era la Justicia Restaurativa, pensé lo bueno que sería aprender sobre la paz ya que para ese momento se había firmando un acuerdo en Colombia. Podría decir que fue una sorpresa para mí descubrir la Justicia Restaurativa, pero estaría mintiendo. A ese punto, las sincronías ya no me sorprendían, solo me alimentaban y me reconfirmaban que mientras yo siguiera fiel a mi propósito de mantenerme en el camino, estaría alineada con mi alma. ¿Por qué fue una sincronía? Pues resulta que siete meses antes mi familia había sido víctima de un hecho de violencia en Colombia. A medida que el shock y el dolor inicial fue cediendo, yo comencé a sentir que para sanar no necesitaba que las personas involucradas fueran capturadas y castigadas. Lo que necesitaba era hablar, explicar, oír, entender y que ellas entendieran el impacto de sus acciones, asumieran responsabilidad y repararan el daño. El castigo, a mi modo de ver, solo perpetúa las causas sistémicas que generan y permiten la violencia. En esta clase lo confirmé, al ver cómo la Justicia Restaurativa respondía a las necesidades de mi alma. Desde ese momento me formé como facilitadora de prácticas Restaurativas con la ONG Ahimsa Collective. Trabajo con personas privadas de la libertad, con pospenados, dicto talleres sobre Justicia Restaurativa como una filosofía de vida y la práctica de Concilio. Facilito diálogos entre personas que se han hecho mucho daño y apoyo procesos de reconciliación y reconstrucción del tejido social.

Desde mi capacidad de sostener la liviandad y la profundad, la luz y la oscuridad, el espíritu y el alma, vibro acompañando y guiando a las personas de manera individual a armar nuevamente su rompecabezas, a identificar los espacios vacíos, a explorar sus sueños, a entender cómo están contando su historia, a construir un nuevo sistema de creencias que sostenga su existencia y les permita encontrar sentido a lo que son y su rol en el mundo. 

Un mundo que pide a gritos que salgamos de nuestra zona de confort, de la pasividad y que asumamos que al ser únicos e irrepetibles nuestra existencia hace una diferencia. Retomando a Erickson, acompaño a mantener el caballo en el camino para que regrese a su punto de partida.